La bronca es motor y sustento, caudal que nos empuja. No hay derrotas cuando militamos hasta la victoria, siempre. Desde la indignación también andamos. Reforzando las acciones que nos definen y separan. Multiplicando. Multiplicándonos.
Podrán soltar mil globitos de colores. Pero florecerán mil flores para seguir cambiando.
Lo que se muestra no es y eso lo sabemos. Lo que se dice no se hace y eso lo padecemos.
Los que ocupan los podios se ponen las coronas, donde ejercen su reinado regando el suelo de plebeyos olvidados. Pobres almas repletas de riquezas materiales. Pobres mentes ausentes y serviles. Pobres los tantos que hacen deshaciendo, a cada paso.
Indiferentes al dolor del otro, a las luchas ciertas, a la dignidad del pueblo. Su consigna es “ser felices” y con eso, alcanza. Alcanza para seguir borrando del mapa a los que sobran, alcanza para seguir sumando torturadores y genocidas a sus filas de milicias asesinas. Alcanza para que las señoras y señores con pañuelo al cuello puedan caminar sus calles, sin toparse con pieles curtidas desde el vientre. Alcanza para llevar a muchos al suicidio inevitable, de una reja o un chaleco de fuerzas. Empastillar las conciencias, congelar los combates, exiliar los carros que arrojan realidad en carne viva. Silenciar las voces que cosechan verdades, silenciarlas con el ruido de sus palmas festejando. Silenciarlos.
No podrán hacerlo. No pasarán por sobre los que sí sabemos que su impunidad tiene un techo. Y ese techo vamos a bajárselos. Ocupando los espacios que quisieron extirparnos.
La abolición del pensamiento, al servicio de la superficialidad. La negación de lo importante, al servicio de lo superfluo. La inquisición de la ideología, al servicio del mercado.
La bronca redobla el hacer que nos define. Desde la lucha construimos el camino. Sumando corazones capaces de sentir en sintonía. Mirando más allá de los bolsillos y el ombligo. Restando a todo aquel no es capaz de ver lo que nosotros sí miramos. Retumbando los rincones de gritos colectivos. Allí donde sentimos las banderas que llevamos.
La felicidad para nosotros atraviesa ríos diferentes. No se queda en la quietud de las paredes que nos guardan. Sino en las fronteras que borramos entre el otro y este cuerpo.
La bronca nos da más sangre para seguir latiendo. Remarcando los contrastes que nos ponen lejos de ellos.
Que se queden con su decir incongruente. Su insensibilidad primera y última, y media. Su incapacidad de que duela más distante que su herida. Su banalización constante de la vida.
Que se queden en los podios que los muestra transparentes. Danzando como idiotas sin consignas ni política. Limpiando la ciudad de negritos desprolijos.
Su fiesta es para pocos, y eso es lo que festejan.
Mara. Julio 2011