...desde dónde escribo...

"Escribiendo desde el vómito irreverente, obstinado, irrespetuosamente presente. Y es que, escupo palabras como misiles, como hartazgos, como besos húmedos, como puñetazos precisos, ciertos. Sacando lo que está dentro de la manera que mejor me sale hacerlo, una palabra extirpada desde dentro, de raíz, de profundos pozos ciegos. Me libero en la cárcel donde ahora las encierro. Para siempre quedan, para volverlas a oler en algún tiempo, para arrojarles más de diez insultos, y menos de tres besos. Para recorrerlas y recorrerme, saborearme la piel que supo erizarse entonces, o pudrirme de nuevo con lo rancio y oscuro de aquel cuento".







viernes, 10 de febrero de 2012

Contrareloj (por ponerle un nombre)



Inventándome la excusa para correr hacia el grito que sacude mi mirada, destilando abrazos que guardé entre los dedos. Y la piel se hizo carne viva. En un instante.

Y el silencio quiso escupirme verborragias, cargadas de amores que no di. Por miedo. Por cobarde. Por orgullo. Por coraza. Corazón. Por coraza.

Esos puntos suspensivos que sin quererlo suspendí. Y altiva fui oscilante en el camino lejos. Lejos de los pasos. Distante de las huellas. Oscura de las ganas. Penumbra de la historia. Renga de palabras.
De este lado de la cama.

¿A quién te escribo? Hombre. Nombre. Cuerpo. Carne. Deseo. ¡Oh! Nostalgia.

Susurro aquello que logró (alguna vez) atravesarme. De mis labios salen los mordiscos. Los insultos. Y los besos. Los silencios que mantuve inclaudicables. Tapándome la boca con las manos. Callando. Cayendo. 

Subestimando el dolor y el golpe.

Me armé más de tres refugios. Me escondí. Sigo dentro. Espiando el lado oscuro de la luna. Cerrándome los ojos. Desde dentro. Empapándome las pupilas de ese olvido que me ayude a recordarte.

Cerrojos en el alma. Migajas. Que no alcanzan. No sacian. No me tocan. Ni abalanzan.

En la vigilia de este respirar me bebo las vertientes de agüita clara. Y retomo la batalla. Vuelvo a pasar por esas páginas, que aún, sangran.

¿Acaso vos pudiste, otra vez, detener el tiempo cuando estallas?


Mara

Por Preso. Por Pobre. Por Negro

Esto lo escribí pensando en una persona especial, a la que quiero mucho. Él está privado de su libertad en un penal roñoso de la Provincia de Buenos Aires. Él me enseña, semana tras semana que se puede, él es ejemplo de lucha. Él es Diego Tejerina, Alfabetizador, Estudiante de Sociología, Músico. Gran Ser Humano.  TE QUIERO NEGRO!



Son muchos los que no llegarán a verte.
Te tienen miedo.
Te tienen asco.
Te tienen deudas.
Y te ignoran.
Y te niegan.
Y te encierran.

No llegarán a rozarte.
Ni a saber quién sos.
Ni a poder olerte.
Ni a nutrirse con tus ojos.
Ni a hallar en tu mirada cosas bellas.
Ni aprender de tus palabras cosas ciertas.
Ni a tocar de tus manos la simpleza.

Seguirán los dedos señalándote.
Seguirán los desprecios mirándote a los ojos.
Seguirán los temores al toparse con ellos tu cuerpo.
Seguirán las guadañas atravesando tu rumbo.
Seguirán los olvidos marcando tus pasos.
Seguirán construyéndote a cada paso más muros.

Porque te matan. Y seguirán haciéndotelo.

Desde tu cuna.
Desde tu villa.
Desde tu margen.
Desde tu bala.
Desde tu celda.
Desde tu alma.


Y saldrán corriendo ante tu presencia.
Porque sos negro y pobre.
Y no te creerán ni la sonrisa ni el llanto.
Porque el estigma te lo tatuaron en el vientre.
Y querrán que las rejas no te suelten.
Porque su seguridad es más segura que la tuya.
Y rezarán sus rosarios manchados de sangre.
Porque tienen perdones que a vos no te alcanzan.

¿Por qué naciste del lado del barro?
¿Por qué no optaste por el otro costado?
¿Por qué quisiste ser pobre y morocho?
¿Por qué no escogiste del catálogo lo claro?
¿Por qué decidiste lo marginal en tu vida?
¿Por qué no anduviste los carriles correctos?

Tu destino hoy sería diferente.
Podrías sentarte a la mesa de cualquiera.
Se te abrirían las puertas.
La aceptación de tu ser sería la regla.
Podrías recibir abrazos sin miedo.
Podrías ser vos el que se cruza de vereda.
Tendrías la posibilidad de ponerte a salvo.
Y no como ahora.

Tachando los años.
Tachando los sueños.
Tachando los cielos abiertos que ya no verás.
Tachando las montañas que no subirás.
Tachando los besos que no darás.
Tachando la justicia que no alcanzarás.
Tachando la vida que no vivirás.

Saldrás en un tiempo.
Lejano tiempo que carcome tu sangre.
Saldrás en la madrugada y caminarás solo.
El basural te traerá el olor de tu barrio.
Y los recuerdos te escupirán una libertad de mentira.
Y tendrás que afrontarla luego de tu encierro.
Y te harán sentir más rejas que antes.
Saldrás de esos muros vestido de preso, de pobre, de negro.
Saldrán a cazarte deseosos de encerrarte de nuevo.
Por preso. Por pobre. Por negro.



Mara. 








jueves, 9 de febrero de 2012

La Realidad Sangra

Este texto lo escribí en 2006, la primera vez que fui a La Quema, montaña de basura gigante, montaña que alimenta y mata.
-------------------------------------------------------------------------------------


La Realidad Sangra
La “Quema”. Sumergidos en una montaña que mata y alimenta.

La realidad sangra. La realidad duele. La realidad atraviesa dejando grietas a cada paso.
Distancias infinitas entre ellos y yo.
Una vez que observás la miseria, que la respirás, que la pisás, que la atrapás con tus ojos, que no te la cuentan, porque estás ahí vos. Parada ante ellos. Inmune a esas realidades. Sorprendida y no ante esos tajos de vida que gritan en silencio.
Ya no se los escucha, ya no se los ve, aunque estén por todos lados. Son parte del paisaje más urbano. Son uno y cientos deambulando “in-porvenires”. Están en el naufragio todos los días, porque ese mar es el que andan. Y mi orilla está tan lejos estando tan cerca. Mi orilla me devuelve a tierra firme al abrir y cerrar mis ojos. Ellos pisan mierda segundo tras segundo. Senderos de basura son los que recorren.
Cotidianos que atraviesan si una vez decidimos mirar. Si una vez decidimos sentir, sentir algo más que lástima y misericordia. Sentir la culpa que golpea por no sentir a compases que puedan ayudarlos. Latidos que urgen y envenenan la comodidad y el sueño.
Y ahí están ellos. De ojos desafiantes. Con miradas que sentencian. De pieles curtidas. De cicatrices eternas.
Ahí van ellos. En carros, bicicletas, corriendo, caminando, a cuestas. Ahí van con la dignidad ultrajada desde el vientre, con la ausencia, la sin-razón, la indiferencia.
Y siguen yendo hacia la cima de la nada en busca de otra nada que se les ofrece. A mancharse las manos, a limpiarse un poco el hambre que golpea.
Están a la espera de una puerta imaginaria que los deja entrar. Como una tropa de soldados de nadie que se alistan para el ataque, y con fuerza van, a velocidad del viento, metiendo el cuerpo a la basura, queriendo olvidar el desprecio, allá van ellos, cargados de nada, hastiados de todo.
Lugar oscuro en la claridad de un sol tan fuerte. Montaña odiada y bendecida que es parte de estos dos mundos uno, cesto gigante de algunos, mesa servida de otros.
Unos tiran. Otros toman.
Mi residuo es tu pan. ¿Qué es lo que hemos hecho? ¿Cómo puede aceptarse una ecuación tan cruel y presente?
Allí están ellos increpando un flash que pretende mostrarlos, captar porciones reales de tiempo y espacio, de vida y lamento.
Suben y bajan de una montaña que los llama todos los días, que los nutre y los muere. Que los cobija y los enferma. Que los salva y los entrega.
Olor a miseria. Ese que penetra hasta el fondo mi orilla calma y placentera. Olor que se queda en la piel, en los ojos que vieron, en los sonidos de los gritos mientras iban subiendo, en el ruido del silencio que quedó después…
Decime montaña lo que no te dicen ellos. Lo que a mí no me dijeron. Rodeados de ese orgullo tan de ellos. Fuerza inmaculada que te escupen en la cara mientras miran tu aura de abundancia. Y allí se paran frente a mí, frente a cualquiera. Se paran erguidos frente a todo y te lastiman sin darte un golpe, mostrando tan sólo su estar de pie frente a su vida y también la tuya.

Caras. Pies. Ojos. Cuerpos. Barro. Cruces de madera. Carros. Bicicletas. Coraje. Orgullo. Fuerza. Dignidad. Pobreza. ¿Cómo hilar lo visto? ¿Cómo digerir el aire? ¿Cómo entender que exista? ¿Cómo quedarse inmóvil, quieto, distraído, indiferente? ¿Cómo seguir andando sin seguir viendo? ¿Cómo permanecer al margen estando dentro?

Miseria extrema que derrama brotes de conciencia, una vez que vemos lo que hay que ver, lo que está pidiendo a gritos ser vistos, gritos que en silencio nos hablan, todos los días, todo el tiempo. Sin decir, con las cabezas bajas, con la mirada renga. Miseria explotada por todas partes, esquirlas que esquivamos en la velocidad de una cotidianeidad tan diferente a la de ellos. Pero allí están por más que nos limpiemos la pólvora esparcida, llega a meterse en la carne misma, una vez que la piel sintió que estaba dentro.

Allí van ellos. Ejército de humanos, grandes, pequeños. Se abalanzan en esa montaña que paradójicamente les da algo de aliento. En lo irrespirable de ese aire, en lo intransitable de ese barro, en lo agobiante de ese espacio, en lo culpable de este tiempo. Y de todos los tiempos.
Allí están mostrando que están sin querer que se los muestre.
Yugando la vida. Yugándose el cuerpo. Allí están ellos.
En medio de una realidad lastimosamente muerta.

Mara. 2006

miércoles, 8 de febrero de 2012

...Mi Vuelo


La felicidad es, también, una decisión.

Y así es que decido sonreírte Vida.

Abrazarte en lo lleno y en la falta.

No quedarme secuestrada en el lamento.

Lanzarte carcajadas que resuenan dentro.

Y fuera las arrojo para contagiar las ganas.

Y los puedo.

Y los quiero.

Y los ojos que te miran incitándote a respiros.

Cada vez más libres.

Cada vez más bellos.

Cada vez más ciertos.

Y esos vuelos que me llevan alto.

Y esos pies que me acompañan siempre.

Y esas manos que me alcanzan hasta el alma.

Soy esto disfrazándome de aquello.

Y es que juego eternos juegos que me gustan.

Y me encauzan.

Y me roban seños fruncidos.

Y arrojan responsabilidades fabricadas para ir muriendo.

Despojándome de líneas rectas, y correctas, y certeras.

Juego entonces a abrazarte Vida, con la piel desnuda.

Y mi cuerpo sin ropas que lo cubran.

Y mi alma abierta, siempre a la sorpresa.

Y te abalanzo, Vida.

Con mis dudas, tantas.

Y mis miedos carcomidos por la fuerza de enfrentarlos.

Y me lanzo Vida, a vivirte en sorbos grandes, de esta niña 
que me arma.

Llevo puesto mi vestido de rompecabezas.

Con sus piezas todas, desparramadas en distintas 
carreteras.

Lúdica manía del desorden, manto que me cubre, abrigando 
el desconsuelo.

Haciéndolo de nuevo, trastocando el lodo por el cielo.

Y me incitás,Vida, a que te muerda, bañándome la boca de tu 
sangre.

Y lo hago, llenándome de rojo la piel y el vestido.

Así es que bailo, salto, juego, riego, a cada paso, mi paso, tu 
paso.

Te invento. Me invento. Construyo mi planeta.

Me guardo. Me cubro. Me salvo.

Me quedo quieta en este hueco, revolcándome en ríos de 
amor.

Subiendo las montañas con pulmones que sí aguantan.

Montándome en la Luna que llena, baja, para que le roce el 
ombligo.

Para pintarme las pestañas en sus pupilas.

Mirarme en ella mis ojos bien abiertos.

Contarle los lunares bien de cerca.

Y cantarle mil canciones, de esas.

Me quedo sumergida y salgo a superficie, de a ratos.

Con más luz que titila y costados oscuros que hago 
perfectos.

Naufrago y navego perdida, poniéndome la Vida por delante.

La de ahora, la de mañana y la de antes.

Decido consumirte a borbotones en cada despertar.

Y cada noche inventarte nuevos sueños.

Resquicios que uno y convierto en inmensas maneras de ver.

Donde contemplo los colores aunque el gris abunde.

Y es el vaso rebalsando el que me creo.

Donde nado tempestiva hacia todo lo que quiero y respiro.

Y en la tormenta me refresco, no me escondo de tu agua.

Ni me guardo para luego.

Salgo en pies descalzos a pisarte tierra.

A empaparme de tu olor presente.

A nutrirme los sentidos por tu esencia.

Y respirarte entera, y respirarme en partes.

Asumiendo lo incompleto como magia.

Si acaso ves que lloro y muchas veces te padezco.

No me hagas caso, ni creas que abandono mi consigna.

Será que necesito de la pena y la nostalgia.

De la pasión irrespetuosa que nada sabe de la calma.

Y el vértigo de probarte todos los sabores.

Y tocarte en varias pieles las palabras.

Y así descubrirte inabarcable e infinitas las sumas de tus 
partes.

Poco tiempo y mucha Vida para transitarte.

Como elijo hacerlo, Vida, sin puertas que se abren.

Son miles las ventanas hacia todo y nada.


Y las dejo abiertas para volar bien alto.

O sólo quedarme a vivirte, recostada sobre el filo de mi 
cama.

Mientras vas asomándote, sigilosa y bella, por mi ventana…


Mara

miércoles, 1 de febrero de 2012

Fondo blanco


Como un resplandor, que aparece de repente, sin permiso, y sin respeto. Interceptando mi mirada, haciéndola fija, en ese instante, repleto de rarezas y latidos. El vértigo que antecede al salto, el salto que está antes de la caída, que nunca pisa la tierra, el vuelo que adorna mi espalda, y la hace gigante. Mis alas pintadas de muchos colores. Mis pies livianos. Mi alma libre. Mi cuerpo errante que busca la nada encontrándolo todo.
Construyo el refugio, está a la vista de todos, pero nadie lo ve. Muy ciegos andan mirándolo todo sin ver. Parece débil, parece romperse con sólo un soplido, parece resquebrajarse con apenas un dedo rozándolo, parece evaporarse con un sonido alto. Pero allí está, intacto y fuerte, disimulando hasta su esplendor. Perfilando sus costados frágiles, añejados, carcomidos, refugiados rincones. Y la gente lo pasa de largo, por alto, da vuelta su cara, su apariencia no incita a recorrerlo. Será por eso que aún perdura etéreo, eterno, cuidándome de los dedos que señalan el derrumbe.
Allí sonrío más de la cuenta, y lloro menos en la suma que en la resta, lógico recorrido de este corazón que apunta, que dispara, que acierta y esquiva, que erra el centro, quedándose clavado en los costados más lejanos. Allí descanso, y no me torturo mirando el punto exacto donde debí llegar, los atajos donde fue mi lanza fueron necesarios para que aquiete mi paso, sentándome a descansar. “Es la trama más que el desenlace” lo que va definiendo mis pasos, son esas las piezas de este rompecabezas, sin ambición de encajar. La imperfección de lo acabado es aire del libre, es vientecito del fresco, es caudal sin reglas rígidas que mojan mi cuerpo y pintan mi alma.
Donde voy fluyendo sin manuales bajo el brazo ni recetas mentirosas y mezquinas. La sorpresa jamás podría asaltarme si fuese como autómata repitiendo las escenas de vida que venden para ser así vivida, comprada, alquilada, permutada, vida asesinada en cuenta gotas. Tantas gotas como años de vida vivas. Tantas muertes pequeñitas como vos decidas ir muriendo.
Elijo esta dicha de no saber nunca lo que finalmente pasará. Elijo el azar devorando mi piel y mi carne. Elijo la duda de saberme completa. Y la fantasía sublime de inventarme lo que pica y lo que rasco, lo que río y lo que decido dejar de padecer. Elijo la magia rondando mi cama. Las pieles que aún no toqué. Las batallas en las que me pongo delante arremetiendo cientos de metrallas. Las letras que sangran a pesar de los besos en la boca. Y los atardeceres rojos que se meten entre mis pestañas. Elijo andar cada vez más liviana este camino, para así volar o aterrizar cuando el deseo me conduzca a desplegar mis alas, o a mojar mis pies en la tierra. Enterrando mí pecho, hasta mi cabeza, y nacer de nuevo, sin morir jamás. Porque elijo no comprar la muerte en cuotas, sino vivir hasta el hartazgo cada gota hecha causa, cada abrazo hecho riego necesario para seguir andando.
Beberme la vida en fondo blanco, sin saber muy bien qué contiene el vaso…

Mara