Inventándome la excusa para correr hacia el grito que sacude mi mirada, destilando abrazos que guardé entre los dedos. Y la piel se hizo carne viva. En un instante.
Y el silencio quiso escupirme verborragias, cargadas de amores que no di. Por miedo. Por cobarde. Por orgullo. Por coraza. Corazón. Por coraza.
Esos puntos suspensivos que sin quererlo suspendí. Y altiva fui oscilante en el camino lejos. Lejos de los pasos. Distante de las huellas. Oscura de las ganas. Penumbra de la historia. Renga de palabras.
De este lado de la cama.
¿A quién te escribo? Hombre. Nombre. Cuerpo. Carne. Deseo. ¡Oh! Nostalgia.
Susurro aquello que logró (alguna vez) atravesarme. De mis labios salen los mordiscos. Los insultos. Y los besos. Los silencios que mantuve inclaudicables. Tapándome la boca con las manos. Callando. Cayendo. Subestimando el dolor y el golpe.
Me armé más de tres refugios. Me escondí. Sigo dentro. Espiando el lado oscuro de la luna. Cerrándome los ojos. Desde dentro. Empapándome las pupilas de ese olvido que me ayude a recordarte.
Cerrojos en el alma. Migajas. Que no alcanzan. No sacian. No me tocan. Ni abalanzan.
En la vigilia de este respirar me bebo las vertientes de agüita clara. Y retomo la batalla. Vuelvo a pasar por esas páginas, que aún, sangran.
¿Acaso vos pudiste, otra vez, detener el tiempo cuando estallas?
Mara